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Después del colegio, en compañía de amigos, probamos por primera vez alcohol y marihuana: así es como el mal entro a mi vida. Escondía lo que hacía empezando por mentirle a mi familia y luego a todos los demás. Estaba convencido de hacer descubierto la verdadera vida y pasaba mis noches yendo de una fiesta a otra, la diversión no terminaba nunca.

Pensaba que fumaria solo marihuana durante toda mi vida, que eso era todo. Que no consumiría nada mas, que nunca me volvaria toxicómano. El tiempo pasaba y durante una fiesta nocturna, probé drogas sintéticas por primera vez y, al final, la heroína entro en mi vida. Estaba convencido de poder controlar tranquilamente ese mal que me estaba engañando. Poco a poco, casi sin darme cuenta, me volví esclavo del mal.

Al principio había logrado ocultárselo a mis padres, pero luego descubrieron que tenían un hijo drogadicto. A partir de ese momento, un profundo desacuerdo empezó entre ellos: uno quería ayudarme de una manera, y el otro de otra. Yo me aproveché de la situación eligiendo muchas veces quedarme con mi padre porque confiaba en mi y creía que de una manera u otra podría salvarme.

Pero a medida que iba pasando el tiempo mi estado empeoraba.

Los días eran siempre los mismos, poco a poco empezaba a desconfiar de todo el mundo y a perder cada vez mas mi dignidad. Nadie quería tener algo que ver con un drogado. Me las arreglaba para conseguir droga de cualquier manera: era capaz de mentir y de robarle a todo el mundo.

Así es como empecé a tener problemas con la ley.

Cuando toqué fondo de verdad, mis padres, que ya no sabían qué hacer conmigo, me propusieron un centro de abstinencia que libera de la droga.