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"Pasé toda mi infancia en una atmósfera familiar bella y harmoniosa, rodeada de amor. Mis problemas empezaron cuando tenía trece años: después del cole, probadomos alcohol y marihuana por primera vez, con amigos: De esta manera el mal entró en mi vida.

    Escondía lo que hacía, empezando por mentir primero a mi familia y luego a todos los demás. Estaba convencido de haber descubierto la verdadera vida y pasaba mis noches yendo de una fiesta a la otra: la diversión no terminaba nunca. Lo había decidido así: “Solo fumaré marihuana durante toda mi vida, eso es todo. Nunca consumiré nada más. No seré nunca un drogado como los que veo como los que veo que parecen deshechos por las esquinas”.
    El tiempo pasaba y durante las fiestas nocturnas probé las primeras drogas sintéticas y al final, la heroína entro en mi vida. Estaba convencido de poder controlar ese mal que me estaba tendiendo una trampa.

    Poco a poco, casi sin darme cuenta, me convertí en un esclavo del mal. Al principio, había conseguido escondérselo a mis padres, pero después descubrieron que tenían un hijo drogadicto. A partir de ese momento, un profundo desacuerdo empezó entre ellos: Uno quería ayudarme de una manera, el otro de otra.


    Yo me aproveché de la situación eligiendo quedarme muchas veces con mi padre porque confiaba más en mí y pensaba que de una manera u otra podría salvarme.

    Pero a medida que iba pasando el tiempo, la situación empeoraba. Los días eran siempre iguales, poco a poco perdía toda confianza en la gente y empezaba a perder cada día más la dignidad. Nadie quería tener algo con ver con un drogadicto. Yo me las arreglaba para conseguir droga por todos los medios: me había vuelto capaz de mentir y de robarle a todo el mundo. Así es como empecé a tener también problemas con la ley.

    Cuando toqué fondo de verdad, mis padres, que ya no sabían lo que hacer, me propusieron la Comunidad (ndlr: cenacolo). Pasé unas entrevistas difíciles e ingresé. Durante los primeros meses no entendía dónde estaba, había una gran confusión y una gran batalla en mí. En ese momento, me era muy difícil ver la luz. Pero al cabo de un tiempo, gracias a los muchachos que se encontraban en la Comunidad, me di cuenta de que había una atmosfera particular, familiar, que me protegía y me empujaba a salir adelante.

    Todo el mundo me quería y buscaba ayudarme. Era como si poco a poco hubiera salido de un profundo estado de letargo: allí, por primera vez vislumbré la luz, aunque me encontraba todavía en el fondo de un túnel. El paso más difícil para mí fue desenterrar la mentira y la maldad de mi corazón, aceptándome con todas mis pobrezas. Me sentía superior a los demás, pensaba que no necesitaba a nadie, que yo llevaba la razón. A causa de eso, siempre me encontraba solo.

    Afortunadamente, conocí jóvenes de la Comunidad que eran felices y sentían realizados a través de la oración. Así entendí que el único camino de salida era ponerme de rodillas y pedirle ayuda a Dios: empecé a rezar. Al principio era difícil, no quería reconocer mi verdad y me escapaba de Dios y de todo el mundo. Soy de los que han necesitado mucho tiempo para aceptar el amor de Dios, para reconocer que Dios me ama como soy. No me amaba a mí mismo y pensaba que Dios no podía amar a un tipo como yo.

    Hoy en día, siento que he abierto un nuevo capítulo en mi vida. Tengo el corazón lleno de esperanza que nace de los verdaderos valores de la Vida.

    Quiero darle las gracias a la Comunidad porque me abrió un camino hacia el Señor, porque me acepto como soy y me dio la posibilidad de cambiar mi vida.
    Doy las gracias a los hermanos que me recibieron con el don de la amistad verdadera que me permitió quedarme en la Comunidad. Hoy ya no vivo para mí mismo, vivo para los demás y quiero dar cada vez más."

TOMISLAV 

 

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